Cuánta más belleza, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

06 febrero 2022

TU ÚLTIMO LIBRO


“Con similar perversión de la lógica, sentía también que para ser un escritor enorme convenía morir joven”

(“Arde este libro” Fernando Marías)




 
Junto con Mistral en poesía y Milan Kundera en prosa, eras mi escritor vivo favorito. Ahora ya no estás vivo. Me he despertado este domingo impactada por la noticia de tu muerte, que sucedió anoche, mientras, presa del insomnio, leía tu última novela. Tus libros a altas horas de la madrugada son narcotizantes, pero son los únicos que no me producen somnolencia cuando viajo al fin de la noche. Me deleitaba con tu elixir de buena literatura, de la gran literatura que me subyuga. No podía dejar de subrayar frases y hasta palabras sueltas ¿Cómo no querer recordar sentencias (una entre cientos) como: "El enamoramiento podría entenderse como una traducción de la realidad al misterioso idioma que de repente nos nace dentro, cargado de adjetivos hipnóticos y formas verbales fascinantes de descifrar", Así escribías; yo te dosificaba meticulosamente con la intención de paladear cada una de las páginas y que no se terminasen nunca. Eran (son) mi objeto de culto, junto con mi catecismo kunderiano. 

Hoy, comprensiblemente, tus amigos se desgarran y leo cientos de tuits circulando sobre ti, Fernando Marías. "El novelista bilbaíno, que ha muerto a los 63 años, alimentó su vida con la música de Lou Reed y el cine de Sam Peckinpah", escribe Manuel Vilas. Dice también: "Fernando era un rey de sí mismo, un hombre enamorado del oficio de vivir", añadiendo que pensabas que "la vida era un regalo de los dioses". Tú lo corroborabas frente a los recuerdos que te evocaba una vieja gramola: "me sentí el hombre más importante del planeta, o más simple y todavía mejor, el más afortunado y feliz". Ayer, cuando amaste, tocabas el cielo. Hoy estás allí. 

El motivo de escribirte no es hacerte un panegírico ni loar tus maravillosas virtudes como escritor y como persona, lo que ya hacen sobradamente tus desconsolados y grandes amigos (eras hombre de amigos), que te resumen como un hombre inmenso y luminoso. Solo quiero hablar de tu última novela, de la que, afortunadamente, aún me quedan algunas páginas por leer –cuento también con la valiosa herencia de algunos libros tuyos que tengo pendientes–. No voy a destriparla, solo manifestar mi admiración y gratitud, hasta ahora silentes, explicando por qué me emociona (como lo hiciste antes en otra gran obra: “La isla del padre”). Pero ésta lleva esa vitola que no querríamos pronunciar: “la última”. Quizás por eso sus frases, sus anécdotas, sus aforismos se hacen transcendentales: "Con los años he aprendido que vivir y recordar pueden ser dos formas contradictorias de lo real". No hay nada más cierto, no hay nada más terrible que cuando nos preguntamos: ¿quién soy yo más allá de ti?, no sabemos qué responder y empezamos a ser conscientes de que lo mejor de nosotros mismos siempre son los demás. En tu libro habitan la intensidad, el sentido de la vida, preguntas abisales sobre las que no tiene sentido elucubrar, detalles imperceptibles que sólo tú sabías captar: "el más mínimo acto humano puede contener una novela". Me descolocas cuando abordas nuestra debilidad más trágica (y mi tema tabú): "Triste esquina de la vejez, ser testigo lúcido de la muerte de los amantes, saber que ha muerto y por tanto ya no es nada la carne que se unió a nuestra carne para regalarnos un instante de inmortalidad". 

“Arde este libro”, suena extraño, pero qué gran título. Un libro dedicado a recordar a Sara, tu gran historia de amor: "te incineraron con una novela mía entre las manos", El alcohol es una elección personal, pero sería conveniente conocer lo que es una adicción. Un alcohólico sabe que se va a destruir, pero sigue bebiendo. Es como tener un monstruo dentro de ti, pero con vida propia, reflexiona Fernando Marías. El autor dejó de beber por los ataques de epilepsia, pero Verónica no. Eso propició la ruptura entre ellos, pero la amistad continuaría (…), un ex toxicómano no puede vivir con un toxicómano, eso propició la separación. Yo siempre tuve un complejo de culpa porque la empujé a beber y yo me salvé. Eso es lo que he curado con el libro y por eso aviso del peligro que es el alcohol". Decías en las primeras páginas de la novela: "he escrito un libro sarcófago, ¿para albergar a tu espectro o para que halle refugio el mío". No sabías que esas palabras serían tu testamento y un legado imperecedero. Resucitaste a Sara en esta novela terriblemente premonitoria ("Resucitaste. Me dijiste: Escribe") y su espectro, tras arder con tu libro entre las manos, ha venido a por ti, a llevarte con ella, dejando que, en éste libro (posiblemente el mejor de todos), halle refugio tu espectro. 

Así te habría gustado imaginarlo. Así te ha gustado escribirlo, porque intuyo que de haber sabido que ibas a morir habrías querido que éste fuese tu último libro.




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Entrevista con Fernando Marías en Página Dos "Arde este libro"
https://www.youtube.com/watch?v=uXQ8WhGT1OA

1 comentario:

Alphonse Zheimer dijo...

Haré de cuenta que no he visto la prueba del sacrilegio; intentaré olvidar (me llamo Al y se me da muy bien) que he visto ese amarillo sobre el blanco y negro.
Nunca leí a Fernando Marías si bien había oído hablar de él; una amiga, incluso me prometió un libro suyo y comprenderé que ahora no quiera desprenderse de él.
Tampoco supe de su muerte porque yo también estaba muerto en esas fechas.
Recuerdo que fue muy sonado: El niño de los coroneles, pero no lo leí en su momento y ya sabe lo que pasa; la vida va tan de prisa...
("Resucitaste. Me dijiste: Escribe") ¿porqué me suena tanto esto?
Ese silencio eterno que prologa la muerte es quizás lo que más perturba, porque el pasado y la obra siempre pueden ser visitados. Hacia adelante, el vacío; la incógnita de ¿a qué cotas pudiera llegar la comunión con quien se ha ido?

Hay duelos diversos, y los literarios no pertenecen a una subcategoría, porque a veces incluso, nuestra relación con un autor es más profunda que con algunos próximos en el a día. Reciba por tanto mis condolencias.

PD: Quisiera agregar un ruego, por favor no subraye los libros, un día serán de otros y el amarillo fosforito, será un polo de atracción sin sentido; más un estorbo que una indicación hacia lo importante. ¡Si viera lo que yo subrayaría de ser capaz de hacerlo...! No lo entendería.