Cuánta más belleza, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

29 noviembre 2012

Morir como un perro



Aquella fría mañana llegué a mi trabajo como siempre, despistada –ensimismada-, y no me di cuenta de que Soledad (la limpiadora del Museo) estaba fregando con ahínco el suelo de la calle. En vista de que no había reparado en su actividad me dijo: Pobre perro, se está muriendo y lo ha puesto todo perdido de sangre y vómitos. Pronto comprendí que el motivo de aquella inusual limpieza callejera eran los restos dejados por un perro moribundo que se había refugiado junto a la puerta de entrada al edificio a pasar la fría noche. Soledad insistió: Ha debido de comer algo que estaba envenenado. Habrá que llamar a los de la perrera para que vengan a llevarse el cuerpo. No me apetecía iniciar una conversación y me limité a asentir con la cabeza. Ojalá que no haya sufrido –pensé-. Me espantaba imaginar la agonía del animal solitario sufriendo horriblemente en la oscura la noche. Pero aún no había muerto; azuzado por la limpiadora (para que no obstaculizase el paso a la puerta) se había trasladado unos metros y encontrado su último refugio tras un gran macetero. De camino a la cafetería pude ver que tras el macetero asomaba parte de su tronco y las patas traseras. Se trataba un perro grande, escuálido, de color gris casi blanco. En sus mejores días debió ser un ejemplar hermoso. Me conmovió profundamente que no sintiese la calidez de una mano amiga ni el consuelo de una voz conocida en su último suspiro, en su aterradora soledad, en su abandono… Así es la muerte al mirarla desde el otro lado; soledad y abandono.

Agazapado, en permanente lucha contra el hambre y el frío, sintiendo secarse sus últimas gotas de vida, se deslizó hacia ese minúsculo trocito de tierra que siempre había sido suyo… Cobijado en la sombra del macetero, gigante en su silencio, se despidió de su mundo sin caricias. Entonces comprendí, en aquel preciso instante, que no existe nada más terrible pero más digno que morir como aquel perro; nada más triste ni más sobrecogedor que esa suprema soledad.  

22 noviembre 2012

La justicia elitista


Gran mérito el de Gallardón; ha conseguido poner a todos de acuerdo. Jueces, abogados, periodistas, gente de derechas, de izquierda, todo el mundo clama contra lo que es indefendible.
Si Gallardón se defendiese diciendo: “Señores, no hay un duro, necesitamos pasta”, al menos sería sincero, pero no, agrede sensibilidades e insulta inteligencias diciendo: "Entiendo que haya quien quiere seguir en el Antiguo Régimen"
No es una cuestión de política, es una cuestión que va más allá de eso. 
No se pueden aplicar tasas en derechos que son básicos.
No se pueden adoptar medidas tan injustas.

 

13 noviembre 2012

Un regalo para ti

 
Un buen principio y un buen final pueden justificar todo un escrito. ¿Recuerdas esto?:
 
El título en una novela es fundamental. “El triciclo amarillo” nunca me convenció, me parecía inconsistente, me sonaba a obra menor, a cuento infantil. Desde luego no es un titulazo de esos que son incluso mejor que la propia novela, pero reconozco que la imagen del artilugio y la descripción de ese episodio premonitorio lo justifican perfectamente. Yo lo habría titulado “La luciérnaga azul”, también por referencias. Muchas veces he comentado con Jhon Self lo difícil que es encontrar un buen título y siempre acaban saliendo a colación esos títulos geniales de novelas y películas que han quedado para la eternidad, se me ocurre ahora mismo “El silencio de los corderos”, “La Conjura de los Necios”, “Últimas tardes con Teresa”…
(¡Diossss, qué presuntuosa!)
 
Aún así, creo que tengo un buen título desde hace años y quiero regalártelo por si alguna vez... No te preocupes, encaja con cualquier cosa. Ojalá te guste:

"La última vez fue nunca"

07 noviembre 2012


 



La vida no es lineal como el disparo de un fusil sino caótica y entrópica como el vuelo de una mariposa o las acrobacias de una hoja con la que juega el viento hasta que, cansado de ella, la deposita verticalmente en una ranura imposible. 
La veo todas las mañanas. Se ha convertido en una especie de amuleto. 
 

03 noviembre 2012

María Blanchard




Su notable falta de belleza la hizo observar el mundo con amargura pero con resignación, evidencia que transpira su pintura. Quizás por eso (con excepción de su retrato) no me gustan demasiado sus cuadros, lo que me lleva a pensar en mi falta de pretensiones para entender el Arte.
Ante una obra no quiero tener que ponerme a elucubrar, a pensar si me gusta o no me gusta, ni adentrarme en el terreno de las conjeturas. Me tiene que emocionar y provocarme la inequívoca sensación de estar ante algo que despierta una emoción. Preguntarme y no mentirme. El sentimiento de satisfacción, el flechazo inmediato. 

 
La lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario, dulce, piadosa, y virgen.
Aguantaba la lluvia de risa que causaba, sin querer, su cuerpo de bufón de ópera, y la risa que causaban sus primeras exposiciones, con la misma serenidad que aquel otro gran pintor, Barradas, muerto y ángel, a quien la gente rompía sus cuadros y él contestaba con un silencio recóndito de trébol o de criatura perseguida.
Aguantaba a sus amigos con capacidad de enfermera, al ruso que hablaba de coches de oro, o contaba esmeraldas sobre la nieve, o al gigantón Diego Rivera que creía que las personas y las cosas eran arañas que venían a comerlo, y arrojaba sus botas contra las bombillas y quebraba todos los días el espejo del lavabo.
Aguantaba a los demás y permanecía sola, sin comunicación humana, tan sola, que tuvo que buscar su patria invisible, donde corrieran sus heridas mezcladas con todo el mundo estilizado del dolor.


(Federico García Lorca)
 

02 noviembre 2012

Gorriones




...
¡Benditos pájaros, sin fiesta fija! Con la libre monotonía de lo nativo, de lo verdadero, nada, a no ser una dicha vaga, les dicen a ellos las campanas. Contentos, sin fatales obligaciones, sin esos olimpos ni esos avernos que extasían o que amedrentan a los pobres hombres esclavos, sin más moral que la suya ni más Dios que lo azul, son mis hermanos, mis dulces hermanos. Viajan sin dinero y sin maletas; mudan de casa cuando se les antoja; presumen un arroyo, presienten una fronda, y sólo tienen que abrir sus alas para conseguir la felicidad; no saben de lunes ni de sábado; se bañan en todas partes, a cada momento; aman el amor sin nombre ,...

J. Ramón Jimenez (Platero y yo)