Ayer una bandada de pájaros vino
a despedirte. Yo no lo sabía. Ni siquiera pensé en lo extraño que sonaba aquel
coro dentro de casa, ¿En el salón? ¿En la cocina? Una bandada de pájaros
cantarines se había instalado en algún misterioso lugar. Y tú te has ido esta
mañana, has volado como buen pajarito. Estabas viejo y te pasabas el día
durmiendo, te habías quedado ciego, tal vez también sordo pero seguías ahí,
esperando. Muchos días te di por muerto pero no, no quisiste levantar el vuelo,
hasta hoy. Acaso porque hoy es un alegre día de primavera, un día de luminoso,
y los pájaros son de la primavera. Has sido parte de mi paisaje, sobre todo
cuando los domingos cocinaba y salía mil veces a la terraza y tú cantabas y
hacías tus gracias y yo limpiaba escrupulosamente tu jaula y te decía piropos,
que a guapo y presumido nadie te ganaba. Alguien, con muy buen criterio, ha
dicho que llorar a un pájaro es algo exagerado. Y lo es. Sólo que tú, Kalipo,
mi precioso canario amarillo, no eras un pájaro cualquiera. Tenías nombre de
polo de limón aunque sonaba a dios griego del Olimpo, tú tan pequeño y
majestuoso.
Eras del cielo pero viviste toda
tu vida en una jaula. Si los pájaros tienen alma y si las almas necesitan de
alas para volar, sé que hoy tus alitas inertes te habrán llevado tras la estela
de una golondrina a surcar el cielo de la primavera, al que siempre perteneció
tu preciosa alma de pájaro.