Lo conocí en verano. Lo nuestro fue algo casual, en un restaurante frente a la playa. El encuentro resultó de lo más agradable, rozando lo embriagador. La hija de los dueños hizo las presentaciones. Antes de traerlo a mi mesa me advirtió de lo buenísimo que estaba aquel rubio. A simple vista tenía razón, era atractivo (algo pajizo, si acaso), seco y tenía un cuerpo de lo más apetecible, sin embargo su calidez me causó cierto rechazo de entrada. Me gustan muy fríos. Y lo habría ignorado de no ser porque en el transcurso de la velada se fue mostrando cada vez más frío lo que hizo que me fuese gustando más y más y más.
Definitivamente, rendida a su encanto decidí dejarme llevar, gozar de él y lo hice mío apurándolo hasta el final.
Él se dejó querer porque, como todos, tenía un precio; el suyo eran 13.60 euros. Su nombre: José Pariente. Desde entonces uno de mis vinos favoritos.