“No comprendo cómo se puede pasar junto a un árbol y
no ser feliz de verlo; hablar con un hombre, y no ser feliz de amarlo. Cuántas
cosas hermosas hay a cada paso:.." (El
idiota’ de Dostoievski)
El crepúsculo de los dioses siempre me
pareció un gran título. Hoy tiene una connotación festiva para mí. Desde que el
esplendor en la hierba (ese otro gran título) pasó de largo por mi vida decidí pasar también de largo, y tracé un
sendero zigzagueante e impredecible con el que ir sorteando cada dieciocho de enero. Cada año
una vela más, cada año una ciudad distinta. Estambul primero, luego Milán y
después: nada, el Covid. Este precioso y soleado día de invierno, lo más lejos
que me he alejado de casa, sin riesgo de quedarme confinada en un hotel extranjero
y no poder regresar, ha sido a la sombra de los árboles, ocaso bajo los árboles. Hablando
con propiedad; el crepúsculo estaría reservado a los dioses inmortales, el
ocaso seria para los sufridos mortales que envejecemos.
Esta mañana lo primero que he hecho ha sido coger el libro de uno de mis escritores favoritos (y cuyo nombre no citaré), y lanzar la caña al azar sobre cualquiera de sus páginas para pescar de una de esas frases suyas que me dejan extasiada, cualquier pieza, sea un atunazo, un pez de profundidad o un pececillo insignificante, es un regalo para el paladar de una sirena. Casi de inmediato me ha entrado una pieza espectacular; los libros de mi escritor favorito son un caladero inagotable de frases y aforismos. Pág. 28: “Las epopeyas vienen determinadas por el escenario sobre el cual acontecen, y lo mismo ocurre con la historia más anónima y cotidiana. Casi todos pasamos por la vida sin que la Historia nos señale, pero compartirnos con algunos héroes, la pertenencia al lugar donde transcurre nuestra peripecia. Algo es algo”... No deberíamos pertenecer a un lugar. Nadie debería pertenecer y nunca nadie debería dejarse pertenecer. Sí deberíamos todos, sin embargo, encontrar nuestro lugar en el mundo.
¿Por qué no fuimos conscientes de que la
juventud duraba tres cuartos de hora? Ahora ya no vale. Eran tiempos felices y
vibrantes por la sencilla fórmula matemática de disponer de juventud. Era el
tiempo en que eras la nube... hoy eres la gota de lluvia, ayer eras osada, hoy
tienes mucho más de osa que de hada, y (sobre todo) ayer, cuando cumplías años,
no pensabas ni falta que que hacía, y hoy descubres que sí, que se veía venir y
no paras de darle vueltas: el tiempo es el valor supremo del mundo.
Siempre me gusta lamentarme el día de mi
cumpleaños, incluso varios días antes y otros tantos después, lo hago por
sistema, sí, para olvidar, y por tratar de ser más auténtica por si acaso fuese
verdad aquello de que lo auténtico sobrevive a cualquier tiempo y lugar.
Y también por poner una sonrisa al día y sin embargo esa me la has puesto tú, mD, volviendo a los dulces y legendarios tiempos del esplendor en los blogs, cuando las palabras surfeaban las olas. Me gustaría levantar la vista, mirar por la ventana y haber vuelto a esos tiempos en los que me deleitaba escribiendo y leyendo los blogs amigos. Eran formidables, pero lo mejor, lo prodigioso de aquella época legendaria, por lo lejana y difuminada en el el tiempo, lo conservo (o ellos me conservan a mí) los amigos. Dos.