Cuánta más belleza, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

18 abril 2020

El otro lado del espejo



Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
que llegue la primavera 








Es un día luminoso y frío de abril, los relojes dan las trece… Me asomo a la ventana a recibir el sol y a respirar, no hay humo ni contaminación, mecido tímidamente en el viento me llega el olor al azahar de esta primavera extraña. Muchas mañanas me despierto tarde, como si hubiera vuelto a mi primera juventud (cuando madrugar era un suplicio) como si las hormonas del tiempo me hubieran regresado a mis mejores años. Nada más abrir los ojos no puedo evitar girar el cuello y fijar la vista en el despertador repitiendo la sensación de estar sumergida en la lenta monotonía de un bucle en el que sé de antemano lo que va a pasar, el mismo tiempo y el mismo lugar, como le pasaba a Bill Murray en el día de la marmota. Nunca había escuchado tan nítido el canto de los pájaros en la ciudad, creo que les damos pena, los hombres tampoco estamos hechos para vivir enjaulados. Por la carretera pasa un camión militar, también pasa una chica joven empujando un carrito de la compra, lleva una mascarilla que tapa su boca y nariz y aun así se ve que es preciosa ¿Cómo se llamará? tiene aspecto de llamarse Ana Karenina, pero quien atrae mi mirada es un hombre a paso rápido y decidido, como si fuera un peregrino por el Camino de Santiago, tiene aspecto de llamarse Ernst Hemingway. Desde una ventana del vecindario sale la voz de Sabina preguntando: “Quién me ha robado el mes de abril” ... la canción no podía venir más a propósito. Recibo un whassap que me saca de mis pensamientos, le contesto: 
no hay mucho que contar 
es (otro) día de malas noticias, de encierro
me duelen los huesos de no moverme 
estoy más indignada que desanimada 
-Me responde animándome a escribir, sabe cómo hacerlo: 
escribe, puedes sacar a la luz tu indignación,
decir basta y disentir en el modo de proceder de unos ineptos es un grito de libertad
y eso también es… un instante de belleza. 

Voy a cometer la temeridad de hacerlo, después de mucho tiempo. Bueno, creo que ya lo estoy haciendo. 

 “Era un día luminoso y frío de abril, los relojes daban las trece…” Así comienza la novela de ciencia ficción de George Orwel “1984” Lo que voy a resumir brevemente supera la ficción orwelliana. Me permitiré las metáforas porque nunca he sabido escribir sin ellas y porque me gustan, pero quiero dejar claro que los hechos narrados son fieles a la realidad como es fácil comprobar. La historia de esta catástrofe humana comienza así: un chino en China una buena mañana se come un murciélago (por simplificar) y al poco tiempo se declara la epidemia del siglo XXI y mueren miles de personas en el mundo. Son exterminados por un trozo de ADN, nombre científico Covid-19 Coronavirus. No es un organismo vivo, como muchos piensan, es una molécula de proteína envuelta por una capa de lípido (grasa) que al ser absorbidas por las células de la mucosa humana mutan su código genético y se convierten en células agresoras y multiplicadoras. Su imparable expansión genera cifras exponenciales; entre contagiados y muertos se supera el millón. Los recursos sanitarios escasean hasta hacerse necesario decidir quién tiene más oportunidades de vivir. Casi siempre son los ancianos los que pierden la partida, muchos aparecen muertos en sus residencias: “La UME halló este sábado once cadáveres en una residencia de ancianos en la localidad de…”. reza uno de tantos luctuosos y tremendos titulares. 

La realidad de esta fábula macabra ha superado tanto lo imaginable que los límites entre la vida y la imaginación son difusos; un estornudo es un proyectil letal, envuelta en un beso puedes recibir una sentencia de muerte… Como Alicia en el país de las Maravillas hemos atravesado el espejo para llegar al país de lo inaudito, donde un palacio de hielo se transforma en una morgue, un hotel en un hospital, un hospital en un campo de batalla, y se lucha contra un enemigo invisible, que en realidad es débil pues se desintegra entre pompas de jabón… Lo que salva es quedarse en casa, sólo podemos recluirnos y esperar… que no es poco. Muchas cosas importantes han dejado de serlo, somos sombras que añoran el final del túnel, mientras que la tenue luz que se cuela por las rendijas, como en la caverna platónica, proyecta sombras de gigantes. Son la resistencia. Unidos pero no escondidos, en primera línea, llevan guantes y mascarillas por armas, batas y bolsas de plástico por escudos. También hay otras sombras pequeñas, dramáticamente mediocres y vacilantes, entregadas al equivocado propósito de la supervivencia política. No pondré nombres a sus rostros, no es necesario, pues las caretas caen por sí solas como cae la fruta madura. Qué difícil es intentar comprender por qué atravesamos el espejo cuando se veía lo que había tras él, bastaba con mirar a los chinos y a los vecinos… ¿Cuánto va a durar la vida al otro lado del espejo, qué va a pasar después? 

 “Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado”. Así termina la visionaria novela de Orwell… Cierro la ventana, me meto en casa, tengo frío... dos lágrimas resbalan por mi mejilla, me conmueve pensar que un día (al fin) dejaremos de escuchar la vieja y machacona melodía de que resistiremos para seguir viviendo, y que ese día la única perfección lograda será saber que al otro lado del espejo existe un sufrimiento más desgarrador que la muerte: despedirse de la vida de la forma más triste y sobrecogedora posible, en la suprema soledad, sin un último beso, sin un último adiós. 

 A ellos