Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje
(Peces de Ciudad. Joaquín Sabina)
Mil gracias B, me siento protegida
Sábado.
Habían pasado tantos años que pensé, con inequívoca
nostalgia, que me gustaría volver a la playa a la playa de la Llana y ver si seguía estando
igual que en aquel lejano y hermético recuerdo que, por otra parte, no tenía
más trascendencia que la de una anécdota de verano. Se dice que no debes volver
al lugar donde has sido feliz… Y así pasó, la playa (llena de algas), seguía
siendo bastante bonita (por las dunas, sobre todo) pero insignificante comparada con el hechizo que el lugar ocupa
en mi recuerdo. Como una constante vuelta sobre mis pasos: fui, vi y regresé
con un dedo del pie roto (el mismo de siempre, siempre en las vísperas de un
viaje) pues no había piedras a las que darles una patada pero sí suficiente barro en el sendero, para resbalar y parar la caída con el dedo.
Domingo.
Somnolienta me preparo
el desayuno y tomo asiento en mi minúsculo reino frente al mar, abrumada por su
belleza siento la tentación del recuerdo, cualquier recuerdo que dejase en mí una nota
pasional, fulgurante e impredecible. La memoria, siempre lo he dicho, es
caprichosa: es capaz de apresar con férrea determinación la experiencia más
banal y que la más trascendental nos resulte inasible. Una viejísima canción se
asienta en mi cabeza: “mirando al mar soñéeeeeeeeee…” y siento el impulso visceral de
tararearla. Y la tarareo. Pero consigo evitar la tentación de mirar atrás y miro
fijamente el horizonte. Bendigo esta mágica y primaveral mañana de otoño, el presente absoluto, la
sensación de paz muchas veces ignota, una verdad, una realidad con rumor de mar…
3 comentarios:
Afortunadamente estos momentos llegan; y aunque haya un peaje que pagar, hacen que la balanza se ponga de nuestro lado (por una vez).
Ser feliz un instante, lograr ese " instante de belleza", pone color en nuestras vidas; justifica cualquier dedo violáceo o marrón circunstancial.
Afortunadamente estos momentos llegan; y aunque haya un peaje que pagar, hacen que la balanza se ponga de nuestro lado (por una vez).
Ser feliz un instante, lograr ese " instante de belleza", pone color en nuestras vidas; justifica cualquier dedo violáceo o marrón circunstancial.
Siempre he tenido predilección por esas imágenes que invitan a la reflexión, y ésta, no deja de ser una de ellas.
La percepción como invitación a traspasar la frontera de lo imposible, o quizás, pagando un peaje a la imaginación para que nos deje hacer un recorrido hacia la línea del horizonte, dejarse atrapar por el roce de las sombras y embeberse entre las fragancias de la piel dorada, mientras el verano sigue sin pasar el testigo a un otoño perezoso.
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