Una calurosa mañana de verano, al poco de comenzar mis vacaciones en la playa de Campoamor, cual astro del balompie, le propiné una buena patada a una gran
piedra que, camuflada bajo el agua, se interpuso en mi camino, y aún sigo sin entender qué
se me había perdido a mí para pasear, incauta e impetuosa, por la (única) zona rocosa
que había en la playa. El resultado fue la rotura del dedo corazón de mi pie izquierdo, (en curiosa evocación
del título cinematográfico). Este percance me ha confinado al reposo casero y a
permanecer varada en la más pura de las indolencias estivales. Con el pie en
alto me viene a la menta la ironía de aquella canción: “Una piedra en el
camino, me enseñó que mi destino era rodar y rodarrrr”. Dispuesta a no
desesperar por un paso mal dado (que no ha sido el primero ni será el último)
he pasado las tardes viendo el silente pasar de las nubes sobre un cielo intensamente
azul, azul como el agua, como el horizonte en el que se sumerge el mar al
atardecer, y sin poder resistirme a hacerle alguna foto con el móvil. La
contemplación del lento pasar de las “diminutas gotas de agua líquida en
suspensión”, me recuerda el magistral texto sobre las nubes de Azorín que una
tarde nos leyera a sus alumnas de COU, D. Juan, el catedrático de Literatura.
Su voz grave reverberaba prodigiosamente en medio del silencio, ante nuestro asombro
por la hondura de aquellas palabras y por emoción con la que nos las estaba
transmitiendo. Comprendí en aquel momento que esa lectura se convertiría, como
así fue, en uno de los recuerdos más preciados de mi época del
Instituto:
“…Las nubes nos dan
una sensación de inestabilidad y de eternidad. Las nubes son –como el mar-
siempre varias y siempre las mismas. Sentimos, mirándolas, cómo nuestro ser y
todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas –tan fugitivas-
permanecen eternas. A esas nubes que ahora miramos, las miraron hace
doscientos, quinientos, mil, tres mil años, otros hombres con las mismas
pasiones y con las mismas ansias que nosotros… La existencia, ¿qué es sino un
juego de nubes? Diríase que las nubes son “ideas que el viento ha condensado” …
Sí; vivir es ver pasar: ver pasar, allá en lo alto, las nubes…”
Ver pasar las nubes, como toda contemplación de lo estéril, me produce un
cúmulo de sensaciones inéditas; ver algo que he visto miles de veces como si
fuera la primera vez a la par que un inevitable sentimiento de vacío: ¿Cuánto tiempo hace falta para
que no pase nada, para que todo lo disuelva el tiempo?... Siguen su camino sin destino, si las contemplas
demasiado tiempo te costará bajar de las nubes. Acaso no exista expresión más
acertada para enfrentarse a la realidad, a la necesidad de poner pies en la
tierra, que el imperativo: “Bajar de las nubes”.
No
quiero terminar esta pequeña crónica sin hacer referencia a otra grata compañía durante la convalencia: Las series de televisíón. Amo las (buenas) series y hasta ahora no tenía mucho tiempo para dedicárselo
de forma intensiva. Para comenzar: “El show de Larry David”. Si tuviera que resumirla en una sola palabra sería: desinhibición o absurdez. No sé si es por eso que se ha convertido para mí en una
serie de culto, con un personaje de culto y un humor de culto que tendría
que tener (y tiene) una categoría propia: humor larrydaviniano. “Roma”, una buena serie, diría que subterránea por la intriga, en la que lo importante es todo lo que subyace a las palabras. Y “Better call Saul” los
grandes valores humanos de un cantamañanas, un abogado buscavidas, un personaje
con muchos matices y complejo que te acaba robando el corazón.
Veremos
si, como resultado del reposo estival, el dedo se ha curado (todavía duele al
andar) y puedo marcharme a Canadá en agosto, aunque sea cojeando. Una piedra en
el camino, si... Y me he dado cuenta de que por su culpa o gracias a ella, estoy
disfrutando de unas verdaderas vacaciones.
2 comentarios:
Está claro: eres una rompecorazones.
Jajajajaja, ingeniosa deducción. La otra posibilidad, por lo de la patada balompédica, era aún peor (tocap...) jajajaja
Beso
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