( Fuerteventura, abril de 2014)
Hay paraísos que son de este mundo. Y mis ojos en
aquel momento se deleitaban con uno de ellos: un manto de arena blanca se
desplegaba con suavidad hasta acariciar la espuma formada por las aguas turquesas,
moteadas con el azabache de las rocas. Sí, era una de las playas más hermosas
que jamás había contemplado. Me disponía a leer un libro cuando, en un arrebato
de lucidez, comprendí que ni podía ni debía hacerlo. Leer nunca es desperdiciar
el tiempo… excepto si estás en esa playa, claro. Ante semejante festín visual
no me quedó más remedio que sumergirme sin resistencia en la contemplación y el
ensimismamiento. Me senté en la arena y, paradójicamente, empecé a pensar en el
libro que había decidido no leer. Se llamaba “El Tango de la Guardia Vieja” y
hacía un año aproximadamente que lo había comprado en el aeropuerto de Buenos
Aires. Su título me resultó tan irresistible –algo comprensible teniendo en
cuenta que la noche antes había estado dando clases de tango con un bailarín
profesional en un salón de baile porteño– que constituyó razón suficiente para
adquirirlo. Desde entonces me acompañaba en todos mis viajes. Creo que una de
las funciones más infravaloradas e injustamente ponderadas de un libro es su
capacidad de inducir el sueño; y la novela de Pérez Reverte ejercía sobre mí un
sortilegio hipnótico. Lo llevaba en mi regazo, de aeropuerto en aeropuerto,
sabiendo que en las horas críticas cumpliría heroicamente su deber y me
asestaría un definitivo golpe narcótico (en un vuelo no hay nada más agradecido
que dormirse). Sin embargo, su fuerza somnífera no nacía del aburrimiento o de
la falta de interés. Es una historia entretenida y bien contada. Incluso
algunas frases me dejaron cierto poso, como la última que recordaba haber
leído: “A fin de cuentas, en algún momento de su vida toda mujer es víctima
temporal de su útero o de su corazón”. Muy certero, Arturito, jaja, pero no lo
suficiente. Si conocieses realmente a las mujeres habrías escrito que toda
mujer en algún momento de su vida es víctima temporal de su útero y SIEMPRE lo
es de su corazón. Aunque yo en esos instantes no era rea del corazón sino de la
reflexión, una catarata de pensamientos absurdos e inconexos fluyeron por mi
mente: “¿Qué hay más resistente que la roca y más inconsistente que el agua?
Sin embargo, la resistente roca es horadada por el inconsistente agua…”. Nunca
he logrado el milagro de la mente en blanco, siempre caigo en el agujero negro
de la introspección. Por ello, para conseguir mantener intacto ese ambiente
idílico y relajante, decidí mecerme mentalmente por la música. Antes de ni
siquiera tener tiempo a elegir la canción adecuada, me di cuenta que mi
inconsciente ya la había escogido. El bolero de Les Luthiers resonaba como un
eco dentro de mi cabeza. ¿Qué inverosímil conjunción de asociaciones me había
llevado a pensar en él en un momento así?
-Solista:
Huiremos por las praderas enloquecidamente
-Coro:(menteeee)
-Solista:
Huiremos por los trigales con loco ardor
-Coro:(con
loco ardorrrr)
-Solista:
Iremos… tomados… de la mano
-Coro:
(manoooo)
-Solista:
Iremos bajo el cielo del verano
-Coro:
(… uh, uh)