Cuánta más belleza, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

05 junio 2016

La generosidad de la luz









Llevas un tiempo que no te encuentras bien. Siempre estás afónica, te pasas la vida tosiendo, y en el silencio de la noche escuchas crepitaciones, que no son de grillos o pajaritos sino que provienen de tu pecho. Y no quieres ir al médico porque, como es sabido, si vas a un médico siempre te encontrarán algo. Prefieres esperar y confiar en que sea algo pasajero. Y esperas pero no es algo pasajero. Cuando quieres darte cuenta estás en la consulta de un Hospital esperando un diagnóstico y recordando la  frase de Woody Allen: Lo mejor que te pueden decir en la vida no es ‘te quiero’ sino “es benigno’. Comienzas a divagar pensando que el tabaco te está pasando factura, aunque lo dejaste hace más de veinte años: Ahora me van a decir que en la radiografía se ve una mancha en el pulmón, piensas. Lo que parecía que le pasaba a los demás, hoy te pasa a ti. Nadie se dedica constantemente a recordarnos que todo puede cambiar en un instante, tampoco podemos (ni debemos) instalarnos en el pensamiento de nuestra insoportable fragilidad. Mientras que la muerte es parte de la vida, la razón de ser y existir de la enfermedad es misteriosa. Puede parecer una tontería, pero pienso que estar en riesgo permanente es uno de los motivos por los que apreciamos tanto la vida, ya que no la amaríamos tanto si viviésemos mil años como las secuoyas, o tuviésemos siete vidas como los gatos. A esto los escépticos lo llaman “instinto de supervivencia”. Yo, en cambio, lo llamo “apego a la vida”. La muerte será simplemente el adorno que pondremos al regalo de la vida pero, mientras tanto, por muy concienciado que se esté nadie está preparado para sufrir. 

Por fin: ¡Ha habido suerte! Le das gracias a Dios porque no te han encontrado nada en el pulmón, y piensas: ¡De buena me he librado!, te entran ganas de cantar pero no lo haces porque no es el lugar ni el momento y porque no paras de toser. Pero tampoco te vas a ir de rositas, sigues pasando pruebas y después de soplar por un aparatito, como si fuera un control de alcoholemia, te dicen que has rebasado todos los límites, que estás beoda perdida, pero no de alcohol, de óxido nítrico, y te dan un diagnóstico irrebatible: Tienes asma. Una infección viral puede desencadenar un asma. Y el asma te dice: Hola, estoy aquí y vengo a cambiarte un poco la vida. Tras las explicaciones del galeno me doy por enterada: una bronquitis asmática es como la calvicie súbita, que no se cura, pero se puede sobrellevar. Por supuesto esa comparación es humor negro de mi cosecha. Lo único que piensas en ese momento es que podía haber sido peor, y te conformas porque sabes que vas a sobrellevarlo. Incluso quieres bromear: que ya no podrás correr en las próximas olimpiadas, que ya no tienes futuro en Roland Garrós, que si no harás esto o aquello y en todas esas cosas imposible que nunca podrías hacer pero ahora ya tienes una buena excusa, jajajajaja. No llego más allá, no puedo hacer una reflexión extraordinaria, no me siento víctima de nada; estoy pensando en el inhalador que me han prescrito, que lo tengo que llevar conmigo a todas partes; estoy pensando en el calor tibio de los pañuelos que siempre llevo al cuello (cual llanera solitaria) que, a partir de ahora serán inseparables; estoy pensando que respirar el aire limpio del mar me irá bien, pero no en sentido figurado; estoy pensando en la solidaridad de mi compañero de trabajo, dispuesto a dejar que nuestro despacho se convierta este verano en una sauna (un verano en Murcia es un verano en el Sahel);me ha prometido no poner el aire acondicionado, incluso dice que le irá bien asarse como un pollo para perder unos kilos, jajajaja. 

La realidad es que hay que aprender a sonreír más por dentro que por fuera. Está claro que cuando no nos lastran nuestros temores, nuestras dudas, y el terrible peso del tiempo y de los años, lo hacen las enfermedades, pero hay algo sustancial, que te puede ayudar a sobreponerte: encontrar el sentido de las cosas; saber dónde estamos y adonde queremos ir. Y con los años, con las adversidades, los éxitos, los fracasos, con los buenos momentos, con los instantes de belleza, sobre todo, con los instantes de belleza, lo vamos sabiendo. 

La vida no es de color de rosa, depende de la generosidad de la luz y esta puede ser intensamente azul, como la luz de un faro para un barco extraviado en la noche.

1 comentario:

Luilly dijo...

La luz de la ilusión y del ingenio rezuma por todo el texto, despejado el sarpullido de la duda, el gorrión eleva el vuelo como en la cancíón de Julia Zenko:

Con las alas del alma,desplegadas al viento
desentraño la esencia de mi propia existencia
sin desfallecimiento.
Y me digo que puedo como en una constante
y me muero de miedo pero sigo adelante.

Con las alas del alma desplegadas al viento
porque aprecio la vida en su justa medida
al amor lo reinvento.
Y al vivir cada instante y al gozar cada intento
se que alcanzo lo grande con las alas del alma
desplegadas al viento..........



me alegro mucho que no haya sido nada, y que sigas compartiendo tus reflexiones con el resto de los mortales.