Cuánta más belleza, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

06 junio 2018

La noche en su insondable seno


“Y solo de tan frágil materia está hecha la vida: de imposibles recuperaciones, de imposibles regresos y de imposibles comienzos.”

 (Ana María Matute)






Creo que fue John Lennon el que dijo que la vida es eso que pasa mientras nosotros hacemos planes. Todos tenemos alguna cosa en la vida pasada que volveríamos a repetir con los ojos cerrados. Si tuviera que elegir una sola de ellas, sin duda, sería el primer beso. Un beso brutal, irrepetible y tardío como corresponde a un chico tímido y acomplejado por unas hormonas en plena ebullición. Lo cuento, situémonos: yo iba a veranear a Islantilla al chalet de mis abuelos y ella era mi vecina. Me gustaba todo en ella (su cuerpo, su forma de estar, su naturalidad, su sencillez, su estrella) pero no tenía mayores esperanzas, tan sólo éramos amigos, quizás por el hecho de que la dejaban llegar tarde a su casa si yo la acompañaba. 

Era la hora de la siesta de un día tórrido, un viento abrasador como un siroco del desierto lamía cada rincón de aquella pequeña población. Fui a recoger mi bicicleta que estaba apoyada en los setos que separaban los jardines de nuestras casas, miré hacia su ventana abierta y vi que daba a otra ventana interior desde la que se divisaba un patio, cuando (para mi sorpresa) vi que ella se estaba duchando. La observé en plena desnudez, sobrecogido, sus largas piernas acompañaban estupendamente al resto de su anatomía que aderezaba con su carita de adolescente. Me escondí entre las ramas, boquiabierto, ante la delectación de contemplar un cuerpo tan bello. Tenía la sensación de que estaba ante algo sobrenatural. 

Por la noche, al salir del cine, marchamos hacia la playa buscando un respiro al intenso y pegajoso calor de aquel día. La noche era espléndida, recuerdo que el mar era un cristal negro, en completa calma. Nos sentamos sobre la arena, metimos los pies en el agua, y ante la visión de aquella negrura insondable comencé a hablarle de la materia oscura: Nunca se ha visto ni detectado pero teorías apuntan a su existencia y se estima que representa un veintisiete por ciento de cuanto hay en el Universo. Por entonces me empezaba interesar la astrofísica pero en ese momento para mí había más presencia de la física y de la química que de los astros y sudaba como un condenado recordando el agua resbalando entre sus muslos. Sin pensármelo mucho, le confesé que durante aquella siesta la había visto desnuda. Me había tirado a la piscina y tocaba comprobar si tenía agua aunque no esperaba una mala reacción por su parte, por si acaso me disculpé por no haber resistido al impulso de espiarla (largamente, debo añadir) y para que mis disculpas pareciesen más creíbles me arrodillé con la mano en el corazón haciendo el ademán de pedir perdón. Entonces ella, se arrodilló graciosamente frente a mí me dijo que no pasaba nada, que agradecía mi sinceridad, me sonrió y deslizó su camiseta por su cuerpo separándose de ella, me acercó su cara y me invitó a besarla. Nunca había besado a una mujer. Alguien ha dicho que todo debe tener su ritmo; que lo que no se mueve se fosiliza y que las palabras no siempre son el mejor nexo para prolongar lo inexplicable… Sus labios eran una quimera idealizada, no pude evitar fundirme en ellos y besarlos ansiosamente. Eran sumamente deliciosos y tiernos. Le metí la lengua en la boca, estableciendo una soldadura universal. 

Lentamente ella fue apartando sus labios de los míos, recuerdo que los perseguía como un bobo con la boca abierta. Laura, que era el nombre de aquella criatura adorable, sonrió, cada sonrisa era presagio de algo nuevo en dirección desconocida; cogió mi mano izquierda y la posó sobre su seno mientras me preguntaba con una desenvoltura insólita si me había gustado lo que había visto a través de su ventana. Por su tono no supe distinguir si la pregunta estaba envuelta en un hálito de lujuria o de sutil lascivia. Me quedé estupefacto, era la primera vez que mi mano, tosca pero calibrada, sentía el seno de una mujer y era algo mucho más bello de lo que jamás supuse. Tenía sus ojos miel, dulces y perspicaces, fijos en mí, verlos era una delicia, pero tuve que cerrar los míos para concentrarme en sentir la tersura y calidez de su seno, el tacto de su areola. No sé cuánto tiempo pasó hasta que abrí los ojos para ver si todo aquello era verdad, sí, allí estaba mi mano sosteniendo su pecho. Era algo precioso. Demasiado hermoso. Ella cogió mi mano derecha y la posó en su otro pecho y, de nuevo, tuve que cerrar los ojos. Yo tenía 16 años y estaba flotando, el corazón acelerado, el pulso descontrolado, la respiración desquiciada… tanto que no me quedó más remedio que acercar su senos en mis mejillas, lo necesitaba; necesitaba su protección, su calidez; sentirme arropado por ellos. Ella me acogió, segura de sí. Aquella noche acaricié sus senos hasta el infinito a la luz la tenue luz del reflejo de la luna en el agua. 

Había de olvidar muchos recuerdos en mi vida pero no el de aquella visión, no aquél primer beso, no aquellos senos firmes y tersos del jardín de mis delicias. Todos tenemos en nuestras vidas algo que volveríamos a repetir, con los ojos cerrados. Sobre todo con los ojos cerrados.




4 comentarios:

gorrioncito dijo...



“Siempre he pensado que hay algo aberrante en escribir. En intentar trasladar al papel una historia. Es una de esas cosas que a uno jamás le salen como quiere” escribió Philph Roth. Estoy con él y por si fuera poco he intentado meterme en la piel de un muchacho así que como ejercicio literario es un suspenso pero me ha valido para volver a escribir y, sin pretensiones, pasar un buen rato.

Luilly dijo...

Citando al escritor alemán O. K. Bernhardt: No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca, sino con los ojos, sirve para introducirnos en esa atmósfera de ingenuidad, ternura, delicadeza, calidez …, adjetivos que se me antojan escasos para la descripción de este bello relato.

Esa noche, no tardó en activarse el Gran Colisionador de Hadrones, que presumiblemente tiene su origen en la frontera franco-suiza, aunque a decir verdad, ya existía muchos años antes, pues se encontraba en la Islantilla, interaccionando materia con antimateria en una tórrida noche de verano.

¿Quién no ha tenido su Laura? Esta remembranza adolescente que permanece en la retina del tiempo, que se mantiene oculta como la materia oscura, y que emerge cuando una fragancia similar inunda nuestro sentido olfativo, o cuando una melodía estimula nuestro tímpano.

Es cierto que esos recuerdos permanecen vivos para siempre, pero no es menos cierto, que esas areolas suspendidas sobre senos turgentes, ahora ya sometidas a la ley de la gravedad, aún tienen más encanto, pues la búsqueda de lo novedoso, se transforma en la búsqueda de la esencia.

Max B. Estrella dijo...

¡De suspenso nada...cum laude!
Una preciosa remembranza de esas que en literatura se llaman:apócrifos.
Un deleite volver a leerla aunque haga cochinadas.

Alphonse Zheimer dijo...

Areola, areola,¿aquién le interesan los suburbios?; el centro siempre ofrece lo más inquietante.