Cuánta más belleza, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

23 enero 2017

18 enero, 2017



PD. Ante todo: Muchas gracias Lobezno por tu adorable regalo, siempre esperado con ilusión e impaciencia. Como los colecciono, ya está en el lugar cómplice, donde las sirenas. Siento no haber podido darte las gracias hasta hoy: mil gracias multiplicadas por infinito!


Amanezco en Madrid por causa del trabajo. ¡En Murcia está nevando! Comienzo a recibir whassaps con felicitaciones y con fotografías y vídeos que envían de todos lados para avisarme que me estoy perdiendo un acontecimiento histórico. La nieve en la ciudad se percibe como un espectáculo insólito y mágico. La gente está eufórica, sale a la calle y se hacen fotos para inmortalizar algo que permanecerá inmarcesible en su memoria. Entorno los ojos intentando enfocar el recuerdo de cómo era ver nevar en Murcia y tengo que retroceder, ni más ni menos, que treinta y cinco años atrás: la nieve ha cuajado en el suelo y desde el piso 14 del edificio veo a las monjas salir al jardín del convento cubierto bajo un espeso manto de nieve: saltan, se tiran bolas de nieve y corren con sus hábitos alados como palomas negras sobre un mar blanco. Habría de olvidar muchos recuerdos en mi vida pero no el de aquella visión felliniana. Esa visión me hace que pegue los ojos al cristal y mire hacia la calle durante un buen rato; es Madrid, una calle cualquiera, no nieva, es un día frío y radiante. Se me hace tarde, tengo que darme prisa.





Llego tarde al lugar del trabajo: un inmenso escaparate del mundo globalizado y feria de vanidades: políticos, acompañantes y otros tunantes (me ha salido un pareado), algunos currantes: profesionales, azafatas, periodistas, comerciales, empresarios y negociantes. Y yo.  Pero el día no podría comenzar mejor: un regalo inesperado acompañado de un maravilloso reencuentro me compensa de no estar disfrutando de estar en Murcia viendo nevar.

Entrada la noche, de vuelta al hotel veo que sobre el escritorio han dejado una deliciosa tarta de chocolate con una vela y una nota del hotel escrita en letras mayúsculas que dice: “Estimada señora X todo el equipo del hotel X le deseamos un excelente cumpleaños! Esperamos que disfrute de este pequeño detalle” Es tremendo hasta qué punto te fichan desde el momento en que haces el cheking y das tu DNI en la recepción, pero sí que es un detalle y no me he resistido a enceder la vela dispuesta a cantarme el "cumpleaños feliz"




Sola, sentada sobre la cama frente a la tarta, con la mirada fija en la llamita, incapaz de una cosa tan simple como apartar los ojos de ella, he perdido el miedo a tener esa sensación de soledad infinita que me oprime el pecho cuando tengo un breve episodio de lucidez temeraria, y pienso: ¿Qué tienes hoy que no tenías ayer ni tendrás mañana? Presente. Lo único tangible. El tiempo no tiene vuelta de hoja porque no tiene libro de reclamaciones, si las tuviera, haría balance y pediría que no me hubieran hecho daño.

El día resulto ser una amalgama de acontecimientos maravillosos y lo que siempre ansío: instantes de belleza que se me revelan como pirotécnica silenciosa pero cegadora. 
  
Habré de olvidar muchas cosas en mi vida pero no este 18 de enero y no porque nevase en Murcia sino por aquellas tímidas palabras, ajenas a cualquier vestidura emocional, idealizadas, perdidas en el suave aroma de mares de porcelana.

Con los ojos alegres, una lágrima se desliza por mi mejilla y, con la mirada fija en la llamita, incapaz de apartar los ojos de ella, asiento en silencio: cumpleaños, feliz. 

03 enero 2017

Nuevo año y un gorrión




Porque no puede caber más grandeza en un cuerpo tan pequeño. Porque es una de las criaturas más hermosas e increíbles que ha dado la Naturaleza. Porque parece inmune a las trampas del corazón. Porque vuela en una sola dirección: hacia delante. Porque acaso se preste a ello, o qué se yo, pero me quedo mirando esta fotografía y pienso que “hoy es siempre todavía”.