Con las jacarandas llegó la
primavera, inevitable y calurosa, a estas tierras. Me he ido dando cuenta de
que mi ciudad es pródiga en jacarandas (o jacarandás), acaso por las temperaturas tropicales que disfrutamos por la noche. Los malvas se multiplican
rayando en lo imposible junto al color verde agua aterciopelado del río, por donde
ando diariamente divisando el hermoso panorama. Hoy he hecho algo que tenía
pendiente desde hace mucho tiempo, años; un brindis al sol y a la luna, nada
imprudente, nada práctico por otra parte, pero necesario para mí, un guiño a la
felicidad y le echo la culpa a las jacarandas, por recordármelo.
Con el tiempo comprendes que las
personas no cambian, que tú no vas a cambiar el mundo, que el mundo no te va a
cambiar a ti, que eres quien eres; que puedes estar en derrota, pero nunca en
doma, que –como decía Borges- no debes cometer el peor de los pecados que una
persona puede cometer: no ser feliz….
Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, rezaba el poeta. Todo pasa cuando dejas de bailar en círculos, cuando el tiempo no es algo malgastado, cuando lo imposible no daña lo posible. Sí, he dicho algo que quedó pendiente. Y me cuesta porque soy una persona con una inclinación natural al orgullo, a guarecerme en el silencio cuando cae sobre mí el peso de la ofensa.
Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, rezaba el poeta. Todo pasa cuando dejas de bailar en círculos, cuando el tiempo no es algo malgastado, cuando lo imposible no daña lo posible. Sí, he dicho algo que quedó pendiente. Y me cuesta porque soy una persona con una inclinación natural al orgullo, a guarecerme en el silencio cuando cae sobre mí el peso de la ofensa.