Cuánta más belleza, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

03 junio 2014

Sueños de Tango





                                                                                                           ( Fuerteventura, abril de 2014)



Hay paraísos que son de este mundo. Y mis ojos en aquel momento se deleitaban con uno de ellos: un manto de arena blanca se desplegaba con suavidad hasta acariciar la espuma formada por las aguas turquesas, moteadas con el azabache de las rocas. Sí, era una de las playas más hermosas que jamás había contemplado. Me disponía a leer un libro cuando, en un arrebato de lucidez, comprendí que ni podía ni debía hacerlo. Leer nunca es desperdiciar el tiempo… excepto si estás en esa playa, claro. Ante semejante festín visual no me quedó más remedio que sumergirme sin resistencia en la contemplación y el ensimismamiento. Me senté en la arena y, paradójicamente, empecé a pensar en el libro que había decidido no leer. Se llamaba “El Tango de la Guardia Vieja” y hacía un año aproximadamente que lo había comprado en el aeropuerto de Buenos Aires. Su título me resultó tan irresistible ­–algo comprensible teniendo en cuenta que la noche antes había estado dando clases de tango con un bailarín profesional en un salón de baile porteño– que constituyó razón suficiente para adquirirlo. Desde entonces me acompañaba en todos mis viajes. Creo que una de las funciones más infravaloradas e injustamente ponderadas de un libro es su capacidad de inducir el sueño; y la novela de Pérez Reverte ejercía sobre mí un sortilegio hipnótico. Lo llevaba en mi regazo, de aeropuerto en aeropuerto, sabiendo que en las horas críticas cumpliría heroicamente su deber y me asestaría un definitivo golpe narcótico (en un vuelo no hay nada más agradecido que dormirse). Sin embargo, su fuerza somnífera no nacía del aburrimiento o de la falta de interés. Es una historia entretenida y bien contada. Incluso algunas frases me dejaron cierto poso, como la última que recordaba haber leído: “A fin de cuentas, en algún momento de su vida toda mujer es víctima temporal de su útero o de su corazón”. Muy certero, Arturito, jaja, pero no lo suficiente. Si conocieses realmente a las mujeres habrías escrito que toda mujer en algún momento de su vida es víctima temporal de su útero y SIEMPRE lo es de su corazón. Aunque yo en esos instantes no era rea del corazón sino de la reflexión, una catarata de pensamientos absurdos e inconexos fluyeron por mi mente: “¿Qué hay más resistente que la roca y más inconsistente que el agua? Sin embargo, la resistente roca es horadada por el inconsistente agua…”. Nunca he logrado el milagro de la mente en blanco, siempre caigo en el agujero negro de la introspección. Por ello, para conseguir mantener intacto ese ambiente idílico y relajante, decidí mecerme mentalmente por la música. Antes de ni siquiera tener tiempo a elegir la canción adecuada, me di cuenta que mi inconsciente ya la había escogido. El bolero de Les Luthiers resonaba como un eco dentro de mi cabeza. ¿Qué inverosímil conjunción de asociaciones me había llevado a pensar en él en un momento así?

-Solista: Huiremos por las praderas enloquecidamente
-Coro:(menteeee)
-Solista: Huiremos por los trigales con loco ardor
-Coro:(con loco ardorrrr)
-Solista: Iremos… tomados… de la mano
-Coro: (manoooo)
-Solista: Iremos bajo el cielo del verano
-Coro: (… uh, uh)