Amadas, idealizadas voces
de aquellos que murieron o de aquellos
perdidos para nosotros como los muertos.
A veces hablan en nuestros sueños
a veces las oye nuestro espíritu en el pensamiento.
Y con su rumor por un instante regresan
ecos de la primera poesía de nuestra vida
como una música lejana que se apaga en la noche.
(K.Kavafis)
Hoy hace un año que te marchaste. Era el día que los mayas
profetizaron el fin del mundo.
Si pudiese manipular las leyes de la naturaleza volvería
atrás en el tiempo y reviviría la magia de aquellos pasajes que permanecen
siempre a nuestro lado. Uno de aquellos pasajes fue mi infancia, una infancia en
la viví sumida en la ingenuidad y en una eterna felicidad; una infancia (y por
ende mi vida) que no se entiende sin los interminables veranos que pasé a tu
lado. Como todos los niños, creía que mi padre era perfecto, infalible e
inmortal y que nada malo le podría pasar. Pero la vida siempre sale al paso.
No recuerdo más que lágrimas. Consciente de que tu final
estaba cerca, luchaste con todas tus fuerzas porque no te querías ir. Nunca
olvidaré tu cara de felicidad cuando esperábamos en la puerta de urgencias del
Hospital a que una ambulancia te trasladase de regreso a casa, “Parece que también
he salido de ésta”, dijiste.
Me siento inmensamente afortunada de que fueses mi padre. Estos
días de reencuentros duele saber que no nos volveremos a ver. Sin embargo, más allá de la pérdida,
de la distancia, del vacío, conservaré tu amor toda la vida, papá.