Cuánta más belleza, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

28 mayo 2013

¿Qué hemos estado haciendo de nosotros hasta ahora?


“El Amor en los tiempos del cólera” es mi novela favorita junto con “La insoportable levedad del ser”. Por su romanticismo y por ser verdaderamente conmovedora la considero la más hermosa y convincente demostración de que en la vida de un hombre sólo existe una mujer con la que puede conseguir una unión perfecta. Sé que rebaso las fronteras de la ñoñería, pero lo merece con tal de dedicártelo, my Darling. Diré en mi descargo que no pienso las situaciones, sólo las siento y las visualizo. Que sólo el cielo me juzgue (y que Gabo me perdone).


... sin separaciones,
íntima soledad
en los eternos lares,
en los espacios inconmensurables,
en sueños sobrehumanos.
(Tristán e Isolda. R. Wagner)



En medio de la noche el pálido reflejo de la luz del barco va dibujando una estela de diminutas olas en el río Magdalena. Florentino Ariza escucha a través de las notas de un antiguo gramófono la escena de la muerte de Isolda. Al igual que Tristán, Florentino cree que el amor perfecto pertenece al mundo de la noche. Abducido por la hipnótica música, llora.

Fermina Daza aparece de improviso en la cubierta del barco y silenciosamente se sienta a su lado. Nadie diría que se acaban de conocer. Unos ojos brillando en la oscuridad se miran, se reconocen y ya nada tiene remedio. Un enamoramiento wagneriano se produce entre ellos de inmediato.

-Déjame coger tu mano -Ella sonríe y hace un gesto de afirmación. No quiere hablar, trata de no romper el instante.
-¿Sabes lo que responderé al capitán del barco cuando me pregunte hasta cuándo vamos a estar río arriba y río abajo?... Será muy simple le diré la respuesta que tengo preparada desde hace más de cincuenta y tres años: Toda la vida.
-Sí, eso le dirás... -responde ella con gesto imperturbable pero profundamente conmovida –Florentino la atrae suavemente más cerca de él.
–Vamos a aprovechar lo que la vida nos pueda ofrecer, Fermina.          
Unas manos trémulas se acarician y unos labios furtivos parecen prestos a desatar una tormenta. Pasan el tiempo en silencio, escuchando las últimas notas de la ópera hasta que ésta llega s su fin.
-Hace mucho tiempo que no beso, Fermina. Bueno, que no beso con amor. Doy besos protocolarios, besos a mi madre, por ejemplo. Pero esos besos que tú y yo sabemos... hace ya tiempo que no los tengo –Fermina, abrumada por la belleza de la música, no sabe qué responder ante la delicadeza de lo que acaba de escuchar. Querría decirle las palabras más hermosas jamás dichas por una mujer, pero sólo acierta a balbucear: los besos perdidos.
-¿Habré perdido la capacidad o, peor aún, el gusto de besar –se interroga Florentino, lleno de pesar. Fermina experimenta una punzada de dolor cómplice. Lo dice un hombre que ha tenido un sinfín de amantes.
-Oh, no, no Florentino, no mientras no hayas perdido la capacidad de amar.
-El gusto de besar -remarca nostálgico- … esos besos donde todo se hace fluido.
-Esos besos que nos aproximan al paraíso -apostilla inmediatamente ella para hacerle saber que le ha comprendido.
-Hasta la carne fluye de una boca a la otra.
-Esos besos que te pasean por las nubes. Esos besos que te bajan del mundo… -responde ella.
-Hasta el último de nuestros recuerdos afluye en nuestra lengua, o en nuestras encías, en una búsqueda frenética del otro y de uno mismo.
-Sí… y sabes que estás condenado –le dice ella con voz entrecortada.
-Cada uno de los dientes del otro se convierte en una ofrenda, una entrega de placer-. Ambos se percatan de que la conversación les está taladrando de deseo. -Fermina, dime ¿Cómo puede ser tan placentera esta soledad?
-Es placentera porque nos arrastra al ensimismamiento... Hay experiencias que no pueden ser aprehendidas por las palabras... ¡Qué difícil es describir un beso!... El poder de los besos ha probado ser un buen salvavidas para asirse y cruzar este piélago de calamidades e incertidumbres.
-Es verdad. Todos los sentidos están activos cuando nos besamos. La vista, el oído, el tacto, el paladar, el olfato… Ver, oír, sentir, gustar, oler todo del otro. ¿Habrá ofrenda más generosa que su saliva? ¿O el tacto de su lengua en la nuestra?
-¿Ya no sueñas con esos besos, Florentino? ¿Ya no sueñas?
-No. Ya no sueño. ¿Sabes alguna forma de recuperar los sueños?
-Florentino, tú y yo estamos soñando ahora. Navegando entre las páginas de un libro, saltando de una orilla a otra... Sintiendo en la piel de otros. Somos pequeñas marionetas en manos de Gabo, niños que juegan a lo más serio del mundo... Ladrones de historias, o mejor; dos gorriones perdidos en un amanecer sin pausa   –Ambos están embriagados por la atmósfera de travesura que respiran.
-¿Y qué quieres que hagamos, Fermina?
-Ser felices. Respirar el dulce olor de esta quimera. Vivir el momento. El momento es como ese beso, cuando se prolonga infinito en el recuerdo.
-Ahora soy feliz. No me preguntes porqué. No necesito saber más… Fermina, ¿te gustan las quimeras?
-La quimera es querer abrir las puertas del cielo, es como la música, como la caricia del viento, del sol o del agua en todo el cuerpo.  
-Fermina, ahí está nuestro filtro mágico, en aquel recodo del río hay un plantío de con toronjil, cañasanta y algún arbusto de reina luisa. Esas tres hierbas tienen un efecto suavemente relajante. Hay quien dice que atentan contra la virtud masculina -Fermina ríe, ambos callan. Hay mucho más que no se dicen por el pudor de ser la primera vez.
-Querida Fermina, ¿Puedo llamarte amor mío?
-Fermina: ¡Preguntemos a Gabo... espera!
-Espero. Fermina, estoy pensando que no quiero tener pasado.
-Sí puedes llamarla así –sentencia Gabo- y tú Fermina también puedes llamarle “Querido”, está en consonancia con el estilo narrativo de la novela, Aunque tú Fermina, a veces deberías mostrarse más arisca y menos ansiosa. Y tú, Florentino, ¿a qué esperas? Ahora mismo deberías besarla.
En ese momento Florentino siente en los labios el beso de Florentina. Le responde, la besa con suavidad, apenas roza sus labios. Fermina sólo admitiría un beso de roce. El beso caníbal lo reservarán para el final de la novela.

26 mayo 2013

"No más mundo que tú"

 
Las grandes historias surgen de pequeñas casualidades. En un aburrido mundo de leves empujones, en el que la mayoría casi ni roza sus cuerpos, a veces se produce el “gran choque”. Es como hallar la cuadrícula adecuada y que todo encaje.
 
Dos personas se sienten solas, incompletas y buscan en el otro ser, no uno sino muchos a la vez. Se buscan, se hablan, se contrastan y apoyan uno en otro porque se necesitan. Y lo hacen porque tienen, ya no el miedo, sino la tristeza de que la vida siga sin ellos, como saben que ocurre por lo general.

Dos personas encuentran certezas y acogidas que les dignifican en su hondura personal, porque dicen lo que desean exactamente expresar, y prebuscan el sentido de las cosas y un destino común abierto siempre al albur del aire que traen las palabras de un pacto no nombrado.

Dos personas se diluyen en el contacto físico de sus cuerpos, cuando, en lo espiritual, el acercamiento ya está logrado.
 
Dos personas. Una fantasía. No hay artificio. Es todo bello (acaso un instante). Y cierto.
 
Sí, creo que las grandes historias están ligadas a un indescifrable y feliz azar, aunque esta canción –que amo- lo explica mucho mejor y todo lo que diga está de más. O dicho de otro modo; donde terminan las palabras, comienza la música.


 
 
 
 
 

15 mayo 2013

Sólo es música



Los montes que rodean la ciudad italiana de Carrara tienen el corazón de mármol blanco y, desde el principio de los tiempos, en su seno dormían las figuras de David y de Moisés soñando a Miguel Ángel. Esa cantera había sido explotada desde el inicio de nuestra cultura; de ella se sirvieron ya los romanos para levantar palacios, templos e innumerables divinidades. Durante su largo sueño de mármol, las figuras de David y de Moisés no cesaron de oír golpes en el exterior que iban descarnando las entrañas del monte. Pasaron muchos siglos antes de que los taladros se acercaran hasta el lugar donde estos personajes se hallaban esperando a su creador. Hacia el año 1501, Miguel Ángel viajó a Carrara y allí pasó tres meses trepando obsesivamente por la cantera en busca de David sin hallarlo, y estaba a punto de desistir en su empeño cuando uno de los canteros le dijo que había creído oír una voz que emergía desde el fondo de un gran bloque recién arrancado de la ladera. Miguel Ángel se dejó conducir hasta allí. Era un bloque de mármol muy puro, de varias toneladas. El escultor pegó el oído con atención y desde el interior de aquel mármol no sintió que saliera ninguna voz, sino una tenue música que sonaba de una forma para él desconocida. "Estoy seguro de que es él", pensó. Miguel Ángel hizo transportar el bloque hasta Florencia y, una vez depositado en el taller, comenzó a batirlo con martillos, punteros y escoplos para desbastarlo y, a medida que saltaban las esquirlas, se hacía más patente la música de dentro cuya melodía llenaba todo el ámbito en el silencio de la noche cuando el trabajo terminaba. Después de tres años de labor, el cincel hizo aflorar a un joven desnudo de más de cuatro metros de altura. Desde entonces, millones de turistas han creído que esa escultura de David es de mármol, pero algunos seres elegidos saben que ese mármol sólo es música, y aún hoy la perciben lo mismo que Miguel Ángel. Quince años después, el escultor volvió a la cantera de Carrara en busca de la figura de Moisés, un encargo para el sepulcro del pontífice Julio II, en Roma. Esta vez, desde el interior del bloque de mármol no brotaba música alguna, sino un silencio hermético. Cuando el Moisés estuvo terminado, al verlo tan perfecto, Miguel Ángel le dio con el martillo en la frente y le dijo: "Habla, perro". Y el mármol de Moisés habló así: "Creaste a David para hacer feliz el aire de Florencia, y por eso él es música; a mí me has creado para estar sentado sobre la carroña de un Papa, y por eso guardo la voz de los muertos".

"Mármoles", de Manuel Vicent

¿No es maravilloso?

14 mayo 2013